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Espiando a mi esposa
Una noche de mayo decidimos seguir avanzando en éste sensual juego en el que nos habíamos metido y nos pusimos a pensar en alternativas para conseguir superar esas sensaciones nuevas que íbamos descubriendo con cada encuentro. Nos divertíamos y excitábamos pensando y planeando distintos encuentros.

Finalmente decidimos que yo debía abandonar mi lugar seguro de espectador cercano para convertirme en un fisgón y espiar a mi mujer sin que el otro supiera de mi presencia. Así nos decidimos a invitar a Gustavo, un viejo amigo mío que alguna vez había intentado tener algo con ella (antes de ponernos de novios), pero que no había prosperado. Fue un trabajo de días. Primero ponernos en contacto con él luego de bastante tiempo sin vernos, después de combinar un primer encuentro yo con Gustavo solos para ver en qué andaba y allí organizar una cena en casa. Finalmente él vendría de visita a nuestro departammnto y yo llamaría diciendo que estaba atrasado.

Todo salió de acuerdo a lo planeado. Colocamos la cámara al lado de la computadora en el living, compré varios metros de cable para llevar la imagen hasta un pequeño televisor que coloqué en el lavadero. Allí instalé mi pequeño “bunker de espía”. Nuestro amigo llegó pasadas las 8 pm, María le abrió y le avisó que yo estaba atrasado, previamente yo le había mandado un mensaje por celular diciendo que llegaría más tarde.

Me acomodé en una banqueta mientras intentaba oír sus conversaciones mirando atentamente el televisor.

-Disculpame la facha –le dijo ella fingiendo vergüenza –Pensé que el boludo de mi esposo te había avisado que se retrasaba todo –Ella estaba vestida con un camisón cortito, sin corpiño y con el pelo aún húmedo de la ducha.
-Recién me llegó el mensaje –lo escuché decir a Gustavo y luego mintió –Me dijo que viniera igual y lo espere acá, pero vos terminá lo que estás haciendo.
-Sí, quedate, no hay problema. Además hay confianza, che. ¿O ya te olvidaste? –le dijo ella insinuando y provocando su recuerdo de aquella frustrada relación.
-No, no –contestó él entre sonrisas – Imposible olvidarte –concluyó y ambos rieron.

Yo me retorcía y caminaba tratando de ver por la pequeña ventana de la cocina, esforzándome por escucharlos. No habían pasado ni dos minutos, ya había mentido y le había tirado onda. Todo marchaba de acuerdo a lo esperado. Pero… ¿yo estaba preparado para “lo esperado”? Mi corazón latía con violencia, un escalofrío recorría toda mi espalda, mis manos sudaban, estaba ansioso, nervioso. Angustiado. Por un momento me arrepentí de todo, quería llamar por teléfono y terminar con eso, pero debía controlarme y no dejarme llevar por las primeras sensaciones. Me senté frente al televisor, bebí algo de vino y traté de tranquilizarme.Ella lo llevó hasta el sillón. La cámara brindaba un buen plano de la sala, yo tenía el control remoto y podía hacer zoom y cerrar el lente sobre el cuerpo central del sofá. Por el momento tenía el plano general del living. Ella salió por la puerta que llevaba al baño y al dormitorio, los escuchaba hablar y sus voces me llegaban por el televisor gracias al micrófono de la cámara. María le preguntó de su vida, si estaba en pareja y cosas así. Evidentemente ella le hablaba desde el baño. Se escuchaba el zumbido del secador de pelo. Lo vi levantarse disimuladamente del sillón y asomarse despacio y con cautela. Con su mano entornó apenas la puerta y luego se acercó a la mesa a servirse una copa de vino, mientras seguía espiando a mi mujer.

Ella entró nuevamente a la sala, ya con el cabello seco pero con el mismo diminuto camisón, yo sufría con cada mirada de él, la cámara apenas los tomaba de costado, pero veía como la recorría con la vista. Ella se acercó demasiado para alcanzar una copa sobre la mesa. Él, en lugar de correrse y cederle el paso, se quedó parado esperando que ella lo rozara. Inmediatamente su mano libre se levanto y la tomó por la cintura a mi esposa. María no dijo nada, sólo le sonrió y se quedó quieta. El acarició su cintura y su mano fue bajando hasta sus caderas. Mi mujer estaba inmóvil, sin decir nada, sólo se limitó a dejar la copa todavía vacía sobre la mesa. Luego apoyó su mano sobre el hombro de Gustavo.

-Vamos al sillón –le dijo ella –Recién me mandó un mensaje que todavía tiene para un rato más –ahora la que mentía era ella.
-¡Buenísimo! –festejó Gustavo sonriente.

Una vez más frené mi impulso de tomar el teléfono y llamar para terminar con esta locura. Ambos se sentaron en el sillón, él se acercó y ella se fue echando hacia atrás a medida que Gustavo se le acercaba. Con el control de la cámara, cerré un poco el plano. Pude observar la mano de mi amigo acariciando la pierna de mi mujer y subiendo disimuladamente su camisón. Llegó hasta la cintura y pude ver la diminuta tanguita que llevaba puesta. Él también se dio cuenta de ello y se detuvo unos segundos a admirarla antes de continuar. María ya estaba recostada por completo sobre el sofá, él siguió levantando el camisón hasta dejar al descubierto sus pechos. Yo me acerqué un poco más al televisor y comencé a deleitarme viendo sus pezones enormes y rosados bien erguidos. Gustavo manoseó esos pechos que tanto deseaba y pellizcó los pezones mientras ella soltaba risitas nerviosas. Giré un instante para servirme otro trago de vino y cuando volví mi atención a la pantalla, él ya se había sacado los pantalones y estaba en calzoncillos sobre mi esposa. Su lengua jugaba y lamía las tetas de ella, viboreaba sobre sus enormes pezones mientras mi mujer se retorcía de placer. Él la aferraba de sus muñecas para impedirle que lo aparte de ella.

-¡Ay! No… Basta… Puede venir en cualquier momento –le decía con fingida preocupación –Me estoy excitando y no me gusta… Mirá si viene antes… -su voz se escuchaba entrecortada, mi esposa de verdad se estaba excitando.
-Dale, no seas boba… si te gusta –le reprochaba él –Olvidate del boludo de tu esposo, yo vine acá por vos –lo escuchaba decir eso y me daban ganas de salir y cagarlo a trompadas, pero me contenía, yo también me estaba excitando viéndolos. –Y si llega a entrar, mejor… Así me ve como te lleno de leche. Seguro que le va a gustar al cornudo ese. –dijo con atino.

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Ella soltó una suave risita fingiendo nervios y se dejó llevar. Él le mordisqueó y lamió las tetas, las chupaba realmente con muchas ganas. María observaba cómo la lengua de Gustavo le acariciaba y humedecía sus pezones grandes y rosados. Los labios de Gustavo fueron recorriendo el cuerpo de mi mujer hasta llegar al cuello de mi esposa quién tiró su cabeza hacia atrás para entregársele por completo, luego llegó hasta su oreja. Yo sabía que ese era un buen lugar para encenderla y excitarla. Ella se resistió un poco, pero la lengua de Gustavo le recorrió la oreja y María se estremeció de placer. Yo la observaba a través del televisor y distinguía nítidamente su excitación. Mi mujer se ofrecía a su amante con sus ojos entrecerrados y dispuesta a que él hiciera lo que quisiese con ella.

Hasta que sucedió lo que hasta ahora nunca había ocurrido y desconocía que me pudiese m*****ar. Ella logró zafarse de sus manos y lo corrió suavemente hacia atrás, él volvió a acercarse y la besó. Un beso profundo, largo y húmedo que ella recibió con sus labios abiertos. Podía ver sus lenguas cruzarse y pasearse entre sus bocas, ella estiró sus brazos y lo abrazó e hizo que aquel beso fuese más profundo. Un sudor frío me recorrió la espalda, mi respiración era pesada y mis manos temblaban. Ver ese beso me heló la piel y no podía evitar sentirme el cornudo más idiota del mundo. Le di otro largo sorbo a mi copa de vino para poder escapar de aquel suplicio y hundí mi cabeza entre mis manos. No quería ver. Los oía murmurar y reírse y eso me angustiaba aún más.

Cuando levanté la vista, algunos minutos después (o quizás eran segundos, todo transcurría muy lentamente para mi), la situación había cambiado. Ahora era Gustavo el que estaba recostado boca arriba sobre el sillón, ya sin sus calzoncillos y ella estaba arrodillada a sus pies lamiendo y chupando su verga rígida. El cabello rubio de María estaba atado en una coleta y su cabeza se movía de arriba hacia abajo repetidas veces hundiendo aquel miembro en su boca una y otra vez. Podía ver cómo se le inflaban sus mejillas cada vez que esa pija le llenaba la boca. Su lengua jugaba con ella, lo lamía, lo besaba y disfrutaba de su hinchazón y dureza. Él la miraba extaciado y dejaba que mi mujer hiciera lo quisiera con su verga. María lo chupó y masturbó un largo rato sin soltar por un segundo la pija de Gustavo y su mirada iba de la verga hirviendo de él a sus ojos. En ningún momento intentó hacer un contacto visual conmigo ni alguna señal. Nada. Eso me incomodaba aún más.

-Decime si no estaría bueno que llegara ahora y nos encontrara así, ¿no? –le dijo él con tono irónico. Ella siguió chupándole la pija sin atender a lo que le decía –No sé, hasta quizás le guste y se sume a nosotros… -continuó diciendo con sorna.
-No quisiera averiguarlo –le contestó ella -¿Te falta mucho? A mi no me gustaría que llegue justo ahora y nos encuentre así. –Mi esposa apuró sus caricias y chupó más enérgicamente la verga de nuestro amigo.

Entonces vi cómo los músculos de Gustavo se tensaban, su respiración se aceleraba y su verga crecía un poco más entre los dedos de mi mujer. No faltaba mucho para que acabara. Decidí improvisar un final al encuentro. Cómo no me iba a bancar cenar con el pelotudo ese, salí del lavadero y me quedé esperando en la cocina. Asomándome muy discretamente los podía ver en el salón. Sentía mi pija muy dura presionando dentro del jean y sin darme cuenta comencé a sobármela. Verlos en vivo era otra cosa que por la televisión. El flaco la tenía agarrada e los pelos para poder verla chupar su verga. Desde mi posición la veía a mi esposa de espaldas y su cabeza subiendo y bajando sobe la entrepierna de Gustavo que la observaba con fascinación. Me volví a ocultar detrás de la pared y escuchaba sus voces pero estaba más atento a los sonidos de la garganta de María al tragarse toda esa pija entera.

-Si… si… seguí así… que ya… viene… -lo escuché murmurar a Gustavo con voz entrecortada.
-¿Sí? ¿Te gusta? –decía ella con voz muy sensual -¿Me vas a dar toda la lechita? Dámela rápido, mirá que ya va a llegar, ¿eh? -la escuché decir a mi esposa utilizando un lenguaje que jamás había usado conmigo. Oirla hablar de ese modo me encendió. Y a él también.

Cuando me asomé nuevamente la sorpresa fue grande al ver a Gustavo sosteniéndole la cabeza a mi mujer con ambas manos, él subía y bajaba sus caderas con fuerza para introducir todo su miembro en la boca de María que sólo podía quedarse quieta y abrir lo más grande posible su boca para recibir cada embestida del pibe. Para mi sorpresa, ella no intentaba frenarlo, por momentos se ahogaba y hacía arcadas de lo tan profundo que llegaba la pija hinchada de Gustavo en su garganta. El sofá se sacudía ruidosamente y la escena era muy sádica. Yo observaba el rostro con el ceño fruncido de Gustavo en un gesto como de enojo pero de extremo placer al estar cogiendo por la boca a mi esposa. Ella sólo atinaba a apoyarse en sus manos para no caerse. Y lo que me volvía más loco eran los sonidos… el sonido de las caderas de él golpeando en la cara de mi mujer, el sonido húmedo de su verga invadiendo por completo la boca de María llegando hasta el fondo de su garganta, y el sonido del sillón moviéndose y golpeando contra la pared.

Gustavo se incorporó un poco y se apoyó sobre sus codos. Tomó los cabellos de ella con violencia y presionó sobre su cabeza para que no saque su verga de la boca y poder llenarla de su jugo.

-¡Cómo te gusta, putita, eh!- le decía a mi mujer con gesto de felicidad -¡Acá tenés tu lechita, ahora tragala toda! -dijo un segundo antes de comenzar a acabar -¡Ah! ¡Aaahh! –él comenzó a dar unos gritos ahogados.

Ese era el momento indicado. Entré caminando despacio al living, ninguno de los dos me vió hasta que me detuve junto a ellos. Gustavo estalló en un orgasmo intenso que le llenó de leche la garganta a mi mujer. La escuchaba esforzándose por respirar por la nariz para no ahogarse, intentando tragar aquella primera descarga de jugo caliente. Las manos de él seguían aferradas al cabello de ella para que no sacara su verga de la boca. El semen la rebalsaba, le chorreaba por las comisuras de los labios y colgaba de su barbilla. Era blanco, espeso, viscoso y abundante… muy abundante.

Yo la tomé del hombro a mi mujer y la corrí hacia atrás. Fue tal el imprevisto que Gustavo se sorprendió y se asustó, pero no podía controlar ni parar de eyacular. Su verga seguía escupiendo leche que salpicaba todo a su alcance, sobre todo la cara de mi esposa que recibió la mayoría de los chorros de esperma. María lo miraba, y podía distinguir una sonrisa cómplice detrás de aquel baño de semen que cubría su rostro.

-Ehhh… yo te… yo… te puedo explicar –balbuceaba él mientras buscaba sus calzoncillos que estaban tirados en el suelo.

Sin decir nada, sólo me limité a observarlo juntar su ropa y salir lo más rápido de mi casa. Cuando escuchamos la puerta del ascensor cerrarse, María me confesó que gozó mucho y que le faltó apenas unos segundos para llegar a un primer orgasmo sin que nadie la tocara.

-¿Cómo pudiste dejar que te tratara así? -le cuestioné.
– La verdad es que me gustó… Me gustó mucho, me hizo sentir bien puta y sabía que eso te iba a m*****ar -admitió con una sonrisa perversa pero excitante. -¿Te enojó verme así? -me preguntó mientras sus manos comenzaban a desabrocharme el pantalón para meterse dentro y encontrar mi pija dura -Porque a mi me encantó que me vieras así… -ella se arrodilló delante mío para comenzar a chuparme la verga sin dejar de mirarme. Sin sacarme los ojos de encima y con el rostro todavía cubierto de la leche de Gustavo, me chupó, lamió beso y masturbó mi verga un breve instante hasta que exploté en un orgasmo que ella se encargó de seguir desparramando en su cara mezclando mi leche con la del otro flaco. Cuando mi última gota de jugo terminó de salir de mi miembro para caer sobre la frente de ella, la observé con su rostro empapado de semen y entendí que ella sabía que yo reaccionaría así y dejó que todo pase.

María se levantó y besó mi mejilla. No pude evitar limpiarme porque algunas gotas de leche quedaron pegadas en mi y no sabía si eran mías o de el otro. Ella se río de mi gesto de repulsión.

-Te amo, calentón -me dijo mientras se metía en el baño.

Extrañas sensaciones para una experiencia intensa.