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El baile de máscaras
En esa semana Anita había viajado a Buenos Aires para visitar a sus padres. Aprovechando esa ausencia, su amiga Helena me llamó una tarde a mi celular, diciendo que me necesitaba…
Me entusiasmé, pensando que podría echarme un buen polvo con esa turra calentona, ya que su esposo andaba de viaje fuera de la ciudad.
Pero enseguida Helena me explicó que no disfrutaría de ella, sino de la bonita Jennifer, una de sus amigas, que también era conocida de Anita.
La turra me explicó que Jennifer llevaba un tiempo no muy bien con su esposo y entonces ella le había propuesto que debía conocer otros hombres para pasarla bien.
Jennifer siempre se había negado, pero de repente aceptó la propuesta.
Aunque no lo veía muy claro y le daba vergüenza que alguien se enterara.
Por ello Helena le propuso hacer un baile de máscaras; así nadie podría reconocerla y ella tampoco sabría nunca la identidad del hombre que había disfrutado de su voluptuoso cuerpito…
Me dijo que yo era el elegido para satisfacer a Jennifer. Ella quedaría muy contenta con mi verga y a mí me encantaría su delicada concha depilada y bien humedecida…
Helena me citó en su casa para la noche siguiente. Los demás invitados a esa fiesta serían otras cinco parejas que ella había contactado en la red y que no conocían a Jennifer, pero habían sido instruidos y sabían lo que debían hacer.
Al llegar a su casa, Helena me recibió con un tremendo beso de lengua. Le pedí que me dejara cogerla, antes de que llegaran los demás “invitados”, pero ella sonrió y me dijo que debía reservarme para no defraudar a su amiga Jennifer…
Cuando la invitada principal tocó a la puerta todos nos tapamos las caras. Yo había elegido una máscara veneciana que me ocultaba bastante la cara; lo suficiente como para que ella no me reconociera.
Jennifer estaba deliciosa, toda vestida de negro, con una camiseta de mangas largas muy ajustada al cuerpo, marcando sus delicadas redondas tetas. La parte de la espalda era totalmente transparente por donde se veía que no llevaba ropa interior. Llevaba unos leggins negros ajustadísimos marcando su perfecto culo. Sus zapatos negros de taco alto afinaban sus largas piernas.
Traía puesta una máscara de Gatúbela y sus sensuales labios estaban pintados de rojo coral, lo que la hacía todavía más deseable y cogible.
Verla avanzar moviendo sus caderas me provocó una erección…
Helena la presentó a todos sin decir nombres. Enseguida puso música suave y se dedicó a bailar con un hombre joven y musculoso que había llegado solo. Me imaginé que sería su amante de turno…
Las otras parejas la imitaron y entonces Jennifer quedó sola.
Por las dudas, para que no reconociera mi voz, me acerqué a ella sin decir palabra y la tomé por la cintura, comenzando a hacer que se moviera entre mis brazos. Ella sonrió y se dejó llevar al ritmo de la música…
Mientras acariciaba sus caderas le di unos besos en el cuello y ella soltó unos gemidos profundos. Se notaba que estaba muy caliente.
Al comenzar una tercera melodía, ella giró su cabeza y nos empezamos a besar. Mis manos descendieron por su suave espalda hasta apretar su redondo y firme culo.
Jennifer comenzó a soltarse un poco más y volvió a buscar mis labios.
Cuando rompimos el beso, le tomé la mano y la llevé a una de las habitaciones. Nos volvimos a besar y le quité la camiseta negra por encima de su cabeza. Sus magníficas tetas aparecieron frente a mis ojos y sentí que mi verga terminaba de endurecerse. Me incliné a besarlas, sin dejar de apretujar su firme trasero.
Jennifer finalmente se desató. Me desabrochó la camisa y comenzó a lamer mi pecho. Me desabroche el pantalón y lo dejé caer al suelo. Tomé una mano de ella y se la coloqué sobre mi paquete duro. Tras dedicarme una enorme sonrisa, ella metió su mano dentro de mi slip y comenzó a acariciar mi verga con más ganas. La sacó y empezó a hacerme una paja.
Luego se sentó en el borde de la cama y me regaló una tremenda mamada de verga. Jamás me imaginé que esa chica tan delicada y bonita podía sr tan sensual y tan tremendamente experta en chupar una pija…
Cuando la tuve bien dura la saqué de sus magníficos labios rojos y golpeé sus hermosas tetas con la punta de ella.
Subí a la cama y me coloqué de rodillas detrás de ella. Mis manos acariciaron su perfecto culo. Las metí por dentro de los leggins para agarrar directamente sus firmes nalgas. Encontré que llevaba puesta una tanga bastante diminuta. Ella estiró su mano y comenzó a pajearme otra vez.
Me bajé de la cama, colocándome detrás de ella. La hice poner a gatas contra el borde de la cama y, tras acariciar su culo nuevamente, le bajé los leggins hasta las rodillas.
Me incliné y le mordisqueé los cachetes, haciéndola gemir de placer.
Pasé una de mis manos por ese delicioso culo y la enterré entre sus muslos desde atrás, acariciando sus labios vaginales por encima de la tanga.
La deslicé a un lado y zambullí mis dedos para masturbarla. Comenzó a gemir suavemente, mientras sus caderas se movían al encuentro de mis dedos que la estaban haciendo gozar como a una perra en celo…
La di la vuelta tumbándola en la cama. Levanté sus piernas hasta apoyar sus tobillos sobre mis hombros. Le quité la diminuta tanga y me ubiqué entre sus muslos abiertos y comencé a lamer su delicada concha.
Se la comí casi con desesperación, mientras ella gemía enloquecida y se retorcía de placer. Finalmente la hice acabar, viendo cómo se debatía.
Me tumbe encima de ella y nos besamos mientras acariciaba sus piernas. Mientras la besaba, me movía frotando mi verga contra su concha mojada.
Jennifer me miró a través de su máscara con ojos suplicantes y supe que ella estaba lista para que la cogiera.
Me moví sobre su cuerpo caliente y la penetré bien a fondo, sintiendo la suave humedad de su concha. Comencé a balancearme sobre ella, mientras la oía gemir y jadear. Le bombeé esa concha por un largo rato, logrando hacerla acabar dos veces casi consecutivas.
La delicada Jennifer me demostró ser una perfecta perra cogiendo, tratando de debatirse todo el tiempo, retorciéndose de placer con cada una de mis embestidas a fondo.
Cuando terminó de gritar su tercer orgasmo, Helena entró de repente en la habitación, llevando su esbelto cuerpo totalmente desnudo, cubierto apenas por una máscara de mariposa. Algunos hilos de algo que parecía ser semen se deslizaban entre sus muslos…
Besó a Jennifer en los labios y le preguntó si todo estaba bien. Su amiga sonrió y siguió balanceándose, todavía empalada por mi verga dura.
Comencé a cogerla con más ganas que nunca, mientras ella jadeaba.
Helena se colocó a mis espaldas y empezó a besarme el cuello. Tomó mi máscara veneciana y comenzó a subirla por mi cara.
En el momento que Jennifer me reconoció, su cara cambió de sorpresa a vergüenza. Pero ella estaba tan caliente, que no pudo dejar de moverse con mi verga enterrada en el fondo de su concha…
El cuarto orgasmo llegó muy rápido.
Se la saqué y pude ver la expresión de decepción en el bonito rostro de esa mujer. Helena estaba sentada en la cama, masturbándose a dos manos.
Me ordenó que le desvirgara el culo a su amiga, ya que el cornudo de su marido jamás se había atrevido a darle por atrás.
Jennifer sonrió en silencio, mientras se apoyaba en el borde de la cama con las piernas abiertas, buscando el equilibrio.
Al saber que ese delicado culo todavía no había sido estrenado, sentí que mi pija volvía a endurecerse.
Helena se acercó y le pasó la lengua a su amiga por esa estrecha entrada trasera, lubricándola para mi verga.
Ella misma la tomó entre sus dedos y la dirigió al culo de Jennifer.
Fue soltando unos agudos gritos de dolor a medida que me empalaba en el fondo de su estrecho ano. Pronto se convirtieron en gemidos de placer.
Sin darme aviso, la turra de Helena me metió un par de sus largos dedos en mi ano, haciéndome arquear y acabar dentro de la cola de Jennifer.
La saqué de su ahora dilatado ano y me tumbé boca arriba, agotado.
Un rato después me despertaron unos suaves gemidos y encontré que ellas estaban haciendo un sesenta y nueve justo a mi lado.
Intenté meterle mis dedos en el culo a Helena, tal como ella había hecho conmigo; pero la muy turra los sacó y me indicó en silencio que me fuera…
Salí desnudo de la habitación y encontré que en la casa ya no quedaba nadie más. Me serví un vaso de whisky y un rato más tarde apareció Helena, ya sin su máscara, chorreando fluidos por sus muslos desnudos.
Dijo que su amiguita se había desmayado de puro placer; me aseguró que además había quedado enloquecida con las cogidas que yo le había dado y que quería verme en el futuro, sin que Ana se enterara.
Antes de que pudiera contestarle, Helena me arrastró hasta su habitación, diciendo que ahora le tocaba el turno de ella…